Wednesday 30 January 2008

Dame La Maleta Que Me Voy Pa'l Campo/Que Me Voy/Que Me Voy Pa'l Campo (Presto)


Esta contribución no es más que una continuación de lo que empezó en el blog de Yvette. Hasta ahora he visto las de Algodar, ivis, GeNeRaCiOn AsErE y otras. Este es mi granito de arena para un símbolo que significa mucho para todos nosotros, cubanos.
También es la primera vez que escribo en español en mi blog. Espero que no sea la última.
En el año 1989 mientras que las tropas cubanas empezaban la lenta retirada de Angola, el Partido Comunista de Polonia legalizaba “Solidaridad” y George W. Bush se convertía en presidente de los Estados Unidos yo me encontraba en una guagua con dirección a Consolación del Sur en mi segunda etapa al campo. Ajeno estaba yo a los acontecimientos mas allá de las fronteras de mi país aunque por mediación de las cartas que me mandara mi primo, quien estaba estacionado en Luanda, ya me había enterado de que el alto mando cubano estaba a punto de traer a las tropas. Mis pensamientos en aquellos tiempos eran los típicos de un adolescente de 17 años: pruebas de ingreso a la universidad, las cuales habían sido introducidas durante el curso anterior, la ruptura con mi novia, lo cual se solucionó rápidamente al llegar al campamento afortunadamente (adquiriendo otra nueva claro está) y el incipiente pero constante temor de que el futuro que me habían vendido desde chama no era el que se avecinaba en el horizonte. Dentro de aquella guagua, mis juveniles primaveras reflexionaban y pensaban. En el campamento II Congreso de Consolación del Sur, mi maleta me esperaba.

Vale hacer un aparte en este punto de la narración. La razón por la que era solamente mi segunda etapa al campo fue por una enfermedad que arribó cuando apenas tenía cinco años y no me dejó en paz por otros diez aproximadamente. Primero fue una úlcera estomacal que se fue convirtiendo poco a poco en una gastritis crónica a causa de la cual estuve en un entra y sale del antiguo Infantil (Pedro Borrás) que me aprendí de memoria los muñequitos que tenían en las paredes.

En séptimo grado y cursando estudios en la ESBU Jose Martí de Centro Habana, tuve que decirle que no por razones médicas a lo que eran en aquel entonces solamente treinta días en el campo. El reemplazo fue la antigua ACDAM donde mi madre trabajaba y aún trabaja, antiguamente situada en Línea y G (la ACDAM, no mi madre). Fue allí que por primera vez di con Tolstoy y su “Guerra y la Paz” y Dostoyevsky y su “Crimen y Castigo”.

Pero me desvío, y es que cuando el asunto es de dar muela, no hay quien me gane. Fue en onceno grado que pude finalmente disfrutar los placeres de la etapa al campo en Pinar del Río. Me acompañaba una maleta de madera, de color crema claro, aunque por haber cambiado tanto de manos tenía las bisagras medio “cachicambiá’”. Era espaciosa y tenía ese olor característico de la madera seca y lisa. Yo deslizaba mis manos por su estructura rectangular y cual judío o musulmán parado frente al mar Rojo pensaba en la libertad que estaba a punto de abrirse frente a mí.

Ya en duodécimo grado y aunque con un grado de cinismo todavia mínimo pero perceptible a consecuencia del famoso incidente de la “baranda” en el Saúl Delgado, mi maleta y yo nos encontramos en el campamento II Congreso en Consolación del Sur. Ella primero que yo. La llevaban en unos camiones grandísimos amontonadas con el resto de sus compañeras y entre los baches y las “tirazones” se le habían salido ya un par de clavos cuando nos vimos de nuevo.

Y así empezamos aquella vivencia que era más una subsistencia. El de pie a las 6, el desayuno a las 7, en el ínterin un “lavaíto” a lo cobarde con temperaturas entre los 10 y 12 grados. Después de la leche caliente y quemada a montarse en los camiones y partir para los surcos.

Mientras que la labor principal que me tocó desempeñar en undécimo grado fue la de recoger cítricos, la situación cambió radicalmente cuando llegué al decimosegundo grado. Aquí si que había meterle al tabaco de verdad. Las muchachas fueron para la casa de tabaco enseguida a ensartar hojas mientras que los varones nos quedamos con los habituales. El jefe de brigada tenía que decidir si íbamos a entrar a las 8 o a las 10 al surco. La diferencia era: entrar a las 8 significaba que todo el rocío de la noche le caía a uno en el cuerpo y lo dejaba como a un pollo moja’o, mientras que entrar más tarde cuando el sol estaba rajando las piedras quería decir que toda la baba del tabaco se le pegaba a uno en las manos manchándolas. Idenay, el jefe de brigada decidió dividir el grupo en dos y de una forma muy democrática dijo que cada día un grupo iba a entrar a una hora y el otro a otra, y así nos íbamos a turnar. Yo de una forma muy anárquica me largué para la casa de tabaco con David, Beny, José y Duhamel y mientras los demás hacían como que trabajaban, nosotros hacíamos como que majaseábamos. Por supuesto nosotros ganamos en nuestra representación porque fuimos más creíbles.

La vida en el campamento era normal. Lo primero que hacía cada varón era instalarse con una jevita que le resolviera todo lo de la lavadera, y después irse a satear al bailable por la noche mientras que su compañera se quedaba con el bulto (y perdonadme todos los lectores, pero ya yo no abogo por esa discriminación que para eso plancho, cocino y hago de todo en la casa). Mi maleta me sirvió de almohada ya que yo no había llevado ninguna y como fuente de instrumento de percusion cada vez que ponían ‘We Will Rock You’ de Queen en el estéreo del campamento. Como el yunta mío, Beny, dormía en la litera de abajo, Idenay en la de al lado (conveniencia de tener al jefe de brigada como el socio de uno) y David y el Jose al otro, el núcleo del piquete mío se concentraba en mi litera.

Un día mientras mi nuca acariciaba una vez mas la estructura de pinotea detrás de mi (y de verdad que hay cariños que matan, como dice el dicho), y mientras reposaba el almuerzo, la música que salía por la bocinas del campamento paró por un instante tan sólo para darle paso a las cuerdas de una guitarra acústica y una voz que me hizo dispararme para arriba en mi litera y abrir bien las guatacas. Poco podía entender lo que decía el cantante pero si estaba al tanto de que sus palabras eran en inglés. Lo único que si pude entender fue una frase que nunca he olvidado desde entonces: ‘Emancipate yourself from mental slavery/none but ourselves can free our minds’. Una vez que la canción hubo terminado corrí a donde estaba el “DJ”y le pregunté quien era. El se encogió de hombros y me dio la caja del cassette que tenía en la grabadora. Era Iron Maiden, pero para mi era muy bien claro que Bruce Dickinson no era la persona quien me había cautivado unos momentos antes. No fue hasta un año después en el antiguo ISPLE, que mi socio Ihosvanni me introdujo a la obra de Bob Marley. Ihosvanni tenía ‘dreadlocks’ y le encantaba la misma música que me gustaba a mi. Pero fue Marley el que nos hizo trabar una amistad duradera que ha perdurado hasta ahora que él vive en Canadá con su esposa y su hija, después de haber morado en Argentina por más de diez años. ¿Y su firma electrónica es? ‘Emancipate yourself from mental slavery/none but ourselves can free our minds’.

La maleta de campo mía estuvo presente en una de las etapas más interesantes de mi vida. De un lado estaba aprendiendo el valor de las amistades, del otro fue una de las primeras ocasiones en las que me tropecé con el racismo benévolo que padecían muchos negros como yo en Cuba, a los cuales, como a mi, nos "subían" de categoría cuando hablábamos "fino" y demostrábamos conocer de otros asuntos que no fueran la santería y la salsa, en mi caso, fueron las culturas griega y romana. Fue testigo mudo mi maleta de mis intentos de ser más sofisticados en mis acercamientos a las féminas mucho antes de que la primera escena de “El Lado Oscuro del Corazón” se convirtiera en la frase bona fide para todos aquellos que queríamos impresionar al sexo opuesto (”Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias. Pero eso sí, -y en esto soy irreductible-, no les perdono bajo ningún pretexto que no sepan volar, si no saben volar pierden el tiempo conmigo”). Por aquellos tiempos todavía Neruda y sus “Puedo escribir los versos más tristes de esta noche” todavía eran la frase salvadora de muchos adolescentes como yo. Aunque si la situación se mostraba desesperada yo le metía mano al viejo José José con aquello de que “casi todos sabemos querer, pero poco sabemos amar”. Mi maleta también presenció las charlas, tertulias y conferencias del viejo Alfredo, un profesor de inglés que causó una gran impresión en mí y en mis compañeros, a pesar del rumor de que el tipo era “cundango”. Yo me apoyaba de codos en la ocamba maleta mientras que el Matusalén del Saúl Delgado debatía a Fouchet y Goethe. Mi maleta se quedó solitaria muchas veces mientras nosotros nos desgañitábamos a gritos afuera en el sereno de la noche entonando canciones de Charly, Fito, Baglietto, Pablo, Silvio y Santiaguito. Y tambien presenciamos la primera vez que se cantaron aquellas estrofas que poco más tarde saldrían al aire en el programa "Hoy" de Radio Ciudad de La Habana: "Negra no pares, sabes lo que quiero/soy Athanai soy un blanco rapero/mi raza eres tú, deja todo atrás/anda, llévame al séptimo cielo". Fue también mi maleta testigo de aquella noche en que alguien grito: “¡Caballistas!” y yo me tiré y aterricé en un par de botas que pensé que eran las mías y corrí a refugiarme en las letrinas. Cuando volvía al albergue después de que nos dimos cuenta de que era una falsa alarma caí en que las botas no eran mías, sino del Beny (él usaba un pie menor que yo) y tenían dentro los restos de los huesos de pollo que, incluyéndome a mí, le habíamos dejado todo el piquete, una cortesía de todos nosotros que queríamos gastarle a una broma a mi compadre. Cazador cazado. Mi maleta conoció de o se imaginó duchas desoladas, excepto por los mirones que queríamos ver de cerca el funcionamiento de la anatomía femenina. Mi maleta fue el almacén del mejor fanguito que se hiciera por aquellos lares, y el cual, si los yanquis se hubieran enterado, hubieran patentado para darle a las tropas que dos años después se encontraron en el desierto iraquí combatiendo contra las huestes de Sadam Hussein. Con ese fanguito en la barriga los gringos no hubieran parado hasta Tokío. Por estar en una posición mas elevada salvé a mi maleta en varias ocasiones del peso descomunal de aquellos desconsiderados que depositaban sus glúteos sin pensarlo dos veces en dondequiera que les entraba el deseo de sentarse. Yo fui uno de ellos. En otras maletas.

Mi maleta no sobrevivió aquel año. No sé si la hicimos leña y la botamos en la basura cuando regresé del campo (muy probable) o se la di a alguien más, prolongando así la cadena del pasa-pasa (muy poco probable). Mi maleta, por tanto, en aquel año 1989 nunca se enteró de que el Ayatollah de Irán había decretado un fatwa contra Salman Rushdie (yo tampoco a propósito hasta unos años después), de que casi cientos de fans del Liverpool habían muerto en el desastre de Hillsborough, se perdió el discurso de Fidel en el Congreso de la FMC donde mencionó el período especial por primera vez, no se enteró de las protestas en la Plaza de Tiananmen (ni nosotros tampoco hasta mucho después) de los estudiantes chinos y mucho menos disfrutó el espectáculo de los miles, sino cientos de miles de alemanes derrumbando el Muro de Berlín. Mi maleta no asistió al triste espectáculo del desquebrajamiento de la sociedad cubana, la ruptura del nucleo familiar, la prostitución de miles de sus hijos e hijas, la corrupción gubernamental que se acrecentó en los 90 y el 5 de agosto del 94.

Si no hubiera sido por este blog y por la oportunidad que me ha brindado Yvette, jamás hubiera pensado que en esas tardes quietas de escuela al campo una amiga, cuya amistad pasiva hasta ese momento ni siquiera sospechaba, se hubiera convertido en receptora de tan inolvidables momentos.

Y en el nombre mío y de millones de cubanos que te han tenido y te tienen aun por confidente le digo a mi vieja maleta de la escuela al campo: Gracias.

Copyright 2007

7 comments:

  1. Gracias a ti.
    Ya lo publique en mi blog, un abrazo!!!

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  2. Cuban entre por aquí y me leí tu relato desde la pincha. Te digo man, que me parecía estar allí, aun tengo fresco lo de la branda del Saúl, porque yo estudie en el Guiteras. ;)
    Además creo que muchos de nosotros tenemos el mismo sound track para recordarnos de las cosas. Cosas como estas bien valen la pena compartirlas, porque tal vez sean una de las razones por la que estamos aquí mismo, blogeando...

    bueno cuban, nos pillamos en la blogERA man. saludos,
    tony.

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  3. ah, esas fotos están buenas para aguaya y su Festival de 'cuando éramos fiñes’.

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  4. No hay lío, se las suelto a aguaya ahorita. Yo también estoy en la pincha, así que no puedo parlar demasiado.

    Saludos desde Londres

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  5. Cuban, lo de las fotos, VA!!! y el tema será secundaria y pre y los amoríos juveniles, o por ahí... esperando el 14 de febrero, así que tén esa a mano y otras que quieras poner en el álbum!!!!!

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  6. Sounds familiar, so familiar to me;-))) Ahora que posteaste en español te lo digo en inglés...Oye, que es verdad que el soundtrack de la larga historia de tu maleta lo es también el de muchos neceseres de madera, mochilas y bultos de una pila de de nosotros, de la misma quinta...Ah,por cierto Aguaya, que voy también en lo de las fotos de la ESBEC, las escuelas al campo y los amoríos juveniles, cerca de las casetas de las turbinas...y las casas de tabaco;-)

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  7. Es cierto betty, esa banda sonora me acompaña todavía hoy a los 36. Oír a Fito cantando "Ambar Violeta" me empaña los ojos todavía y me deja un nudo en la garganta.

    Saludos desde Londres

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